miércoles, 14 de abril de 2021

El lobo feroz

 

El lobo feroz

                                                                  Por Camila Proaño


Es difícil comenzar a escribir algo que parecía no tener fin. Pero así es todo en este mundo, todo termina y se convierte en un pantano espeso de falsedad, hipocresía y frustración. ¿De qué sirve el amor y la guerra si no existe el sentimiento humano? ¿De qué sirve el sufrir por alguien si ese alguien es un lobo disfrazado de una tierna y vulnerable oveja?

Las historias nunca son lo que parecen, las princesas no existen y mucho menos los finales perfectos. Pues bien, esta historia comienza en una ciudad llena de neblina y confusión. Una niña llamada caperucita roja caminaba sola entre tantas personas y el destino o su inexistencia la llevo a encontrarse con un pequeño e indefenso lobo de ojos profundos. Jamás pensó hallar profundidad en unos ojos, ni mucho menos hechizarse por ellos, pero como cualquier buen embrujo el lobo la convenció de entregarse a él, mientras jugaba minuciosamente con su mente, corazón y piel. Caperucita no sospecho del lobo y no pudo descifrarlo debido a que nunca encontró las pupilas en los ojos del lobo, ni siquiera distinguía su color, solo se perdía en ellos como si fuera la misma puerta del infierno. Para ella encontrarse con un lobo en medio de un bosque de cemento fue una loca y poco inusual casualidad, por lo cual empezó a confiar y a enamorarse casi obsesiva y compulsivamente del lobo. Ella siempre creyó en la simpleza del resto de seres, pero se equivocaba, al igual que un asesino en serie, cada ser guarda su propio demonio en el interior.

El amor llega por sí mismo sin presiones y sin depender de la voluntad de un lobo y una niña. Se vuelven locos cuando se besan, cuando se convierten en uno mismo uniendo sus cuerpos. Es la sensación más placentera que puede existir. De a poco el tiempo iba para atrás y se agotaba, era como un reloj de arena que consumía a cada segundo su existencia. Seguramente no lleguen a cumplir sus promesas, les toque aprender a vivir con el frío y ninguno pueda llenar su corazón vacío. Como dice la historia, el lobo después de aprovechar cada suspiro de alegría y amor de la niña la devoró a fragmentos, devoró hasta el último de sus entrañas llenas de ingenuidad, simpleza y ganas de llenar una laguna emocional persistente por años. Al ser devorada solo pensó en que al fin seria la protagonista de su propia historia y no una un personaje alterno que muchas veces ella llegaba a repudiar. Ese lobo feroz seria la salvación, aunque este la llevara a su propio fin y a experimentar el más grande dolor sufrido.

El lobo la ve, la oye y la devora mejor que cualquier trastorno emocional, incluso mejor que lo haría cualquier depredador. El tiempo transcurre y caperucita pierde su esencia de a poco, ni ella logra reconocerse el espejo, pero es feliz de cierta retorcida manera. Ella sacrifica todo por sentir, por experimentar, por ser más que algo pasajero para el lobo, pero él no lo valora y solo la destruye de a poco, rompiendo la burbuja en la que la niña vivía y era feliz. En el fondo recuerda lo que su madre le advirtió al comenzar la travesía, no vuelvas sin antes llegar a tu destino, caperucita solo imaginaba que su madre se refería a aquel feroz lobo hipnotizante, pero el destino nunca se representa en alguien. El destino lo construimos y si tu construcción lastima mátala.

La inocente niña casi no sentía su respiración, se ahogaba como si el aire fuera más denso de lo normal, pero luchaba por aquel lobo manipulador, que solo la usaba como fuente para su engañoso accionar. Le repetía que la amaba una y otra vez y eso la lastimaba más que si se hundiera un clavo en su piel. Caperucita roja obedeció a la regla del destino y se anclo a su fin. Ella clavo su ancla en la amígdala del lobo y la cogió con su mano de tal manera que esta se abrió y descubrió en su interior gusanos; gusanos nefastos que consumían las emociones del lobo a la par que su destino y el final feliz con su amor. Ella se dio cuenta que su vulnerabilidad era la golosina favorita del lobo y que esta alimentaba a sus gusanos, por lo tanto, decidió arrancar lo mismo que el lobo le había arrancado, su corazón. Y así lo hizo, cuando él durmió, ella se acercó y le clavo en su pecho una estaca junto con varias lágrimas de decepción y venganza. Finalmente, se sacó su capa roja que era su ultimo pedazo de inocencia y juro no caer en el engaño absurdo de unos ojos profundos que parecen ser puros, pero no lo son. Como al final de todas las historias, ella vivió feliz para siempre.

No hay que estar rompiendo la cabeza, elije al lobo feroz que te ve, te come y te oye mejor. Mientras no aparece el indicado hay que saber disfrutar y amar al equivocado, porque nada es eterno ni ningún lobo es sincero.