miércoles, 17 de julio de 2019

Una carta de amor


Una carta de amor
Por Camila Proaño

Te busco entre tantos hoyos en la pared, las hojas anaranjadas caen sin parar del árbol que algún día dio sombra a tus ojos perdidos por mis palabras confusas, las mismas palabras que te juraron perderse en ellos, aunque jamás lo lograron, y las mismas que pintaron un paisaje artificial en alguna fosa del tiempo con un pincel de orgullo diseñado por Eros, quien reclamo ese erotismo que se esparce por esta piel tibia. Y sigo viendo el retroceder del reloj, siento que este me miente, como lo hacían tus pómulos al colorearse del mismo color que tus labios; tus labios me intoxicaron con la pasión más cruel, sin arrepentimiento alguno, sin pensar en que me estaban matando por dentro, ¿ese fue tu objetivo?, ¿Matarme? Pero ya mis pupilas estaban dilatas cuando llegaste y mi respirar se desvanecía cuando me enseñaste el exterior de la burbuja en la que me obligaron vivir. Se que trataste de vivirme, aunque oxidaste mi fe con tus caricias que quemaban mi piel, como olvidar esa vez, que recorrimos la Vía Láctea desde una cama con esos besos, esos interminables besos, que recorrían mis paredes cansadas de sufrir por ellos, de sufrir por el simple hecho de permanecer desnuda y vulnerable a tu lado izquierdo. El lado que no deja descansar a mis pensamientos en las noches, y el que me recuerda que tus pensamientos no dependen de mi cuerpo. Sigo aquí con la misma copa que juro brindar por mí y con el mismo recuerdo en mi lóbulo frontal, el recuerdo de tu sonrisa, que al igual que un detective me interroga por convertirme en un inocente ladrón lleno de culpa, por no contar las horas sin ti, esas horas que traen consigo una rauda de historias en lo que algunos llaman conciencia. Después de todo, sigo aquí, el reloj marca las diez, sé que los momentos pasan, son como días enteros vacíos, como el color de mis ojos al verte después de pensarte perdido. Y si, no creo en esos pensamientos arcaicos inspirados en Edipo, tus dedos entrelazados con los míos no pertenecen a ningún mito o síndrome psicológico concebido por algún inquilino del tiempo pasado.

Pues bien, miro hacia atrás y mi mente me dice que no estas, mis ojos vidriosos reclaman tu presencia, pero sé que al verte me congelare, eres como la adrenalina que recorre mi sangre cuando tus cejas se alzan al decirme con tus ojos que me amas, cuando la comisura de tu boca se arruga al hablar, cuando tu abdomen se alinea con el mío ,cuando siento tu mano bajando por mi cintura, cuando me pregunto ¿por qué seguir dependiendo de tu calor? Ya no te siento como antes, la primavera ya no tiene la necesidad de alinearse con tu mirada, sé que suena como una mentira, ya que conservo tu voz conmigo y esos engaños que alguna vez reemplazaron tu seguridad. Me pregunto ¿Dónde estás? Necesito tus calumnias de falsa felicidad para seguir sonriendo, necesito auto-destruirme para convivir conmigo misma. ¿Qué hiciste conmigo? Tu toxicidad me lleno el vacío de algo que creía lleno. Ahora, parada frente a esta pared comprendo que no podré olvidarte, aunque recordarte duela, y al mismo tiempo siento que me libero de ese control que ejerces sobre cada una de las cicatrices de mi querer compulsivo. Ese te amo se desvanece como un fantasma que jamás existió y que me atormenta porque yo si lo hago, te amo. Pero si te digo la verdad ya no sigues siendo mi debilidad. He decidido beber el vino que bebíamos juntos, sola, porque trato de revivir tus lunares, tu risa y tu aliento, para sentirme menos culpable de no descubrir el brillo en tus pupilas que me juzgaban sin palabras. Aunque me siento confundida todavía al acariciar tu cabello con mis manos, esta es tu carta de amor, esa que llegara a ti como tu llegaste a mí, sin destino, solo con la dulce ilusión de que este exista. ¿Y si el destino no existe? ¿Y si todo es un absurdo plan de alguien aliado con la brújula del tiempo y el lugar? ¿Y si las hojas que caen en otoño lo hacen para evitar que estemos juntos? ¿Pues donde estas?

Con amor,
La chica confundida...


viernes, 5 de julio de 2019

Sobreviviendo


Sobreviviendo

Por Camila Proaño

 ¿Por qué tanta bulla en la calle? Quizás por las protestas sobre personas desconocidas que alguna vez existieron, pero que ahora viven como un tumor en la conciencia de quienes si las conocieron en esta dimensión, y como un recordatorio constante y violento para aquellos que nunca imaginaron que la vida se desvanecía como agua entre los dedos. Pues bien, el laberinto de la vida y el destino nunca descansa y despierta cada mañana al igual que el astro que ilumina la Tierra, en la cual lo único que se logra percibir es el deja-vu inminente de un fin atroz para el sexo débil que vive en ella o solo sobrevive. Ese laberinto va dejando gritos sin aliento en el aire ,suspiros callados por raptores, calles escasas de justicia gracias a la famosa legitimidad de un gobierno pasivo, al cual le avergüenza reconocer su derrota frente al crimen organizado; y una realidad desalentadora que envuelve a las féminas al igual que un remolino, descrito como la fuente de las desapariciones ,ese que es causante de tragedias y masacres atroces por el odio a un género estandarizado como sexual, ese que muchas veces fue aliado de redes oscuras físicas y espaciales, y el mismo que incrementa tazas de violencia diariamente. En otras palabras, en esta sociedad femicida, las mujeres sonríen como defensa ante su vulnerabilidad concedida por un régimen conservador, quien prohibió que llevaran consigo una falda, una actitud, su seguridad, y su perspectiva, pero quien nunca prohibió a los hijos de Marte abusar de Venus, esos hijos que ella mismo dio de amamantar alguna vez.

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Tal vez, nadie está a salvo. Tal vez todo se deba a aquella amarga historia declamada por un hombre difamado por sus pecados, un hombre que decreto que una costilla común diera origen a la mujer y el mismo que condeno la consciencia irracional de la humanidad, la cual fue programada para crear un complejo de superioridad entre géneros. Hay demasiados anuncios en los medios de comunicación y en los encabezados amarillistas, los cuales describen crudamente la desaparición de otra más, otra más como Madeleine Mccann, una niña que se desvaneció en el aire a manos del cabecilla de una red de prostitución, o Kenneka Jenkins, una adolescente que debido a su fragilidad en una fiesta fue encontrada sin vida en un congelador. Los días pasan y cada uno va despertando con una foto más adherida en los postes de una ciudad que vive a costillas de las lágrimas derramadas por madres que buscan desesperadamente consuelo, y que convive con la inconformidad de una crisis de violencia profunda que invade cada mente, pero nadie protesta o alza la mano para acusar al culpable. Pues bien, se considera que ocho de cada diez mujeres han sido abusadas físicamente por un varón, estas cifras son alarmantes especialmente en Latino-américa, donde la mentalidad machista primitiva se sigue desarrollando y donde la mayoría de adultas son golpeadas o han sido golpeadas por su pareja como “señal clara de amor”, esto es generado por una mala definición de propiedad, la propiedad humana, que es una fantasía creada por personas fascinadas por el control. Mientras las plazas de las ciudades siguen gritando justicia hay alguien que sigue callando voces y mentes afligidas por desapego emocional, producido por hechos traumáticos y violentos a corta edad. ¿Qué hacer cuando todas las luces de la sociedad están siendo apagadas?, ¿dónde está la ilustre justicia de la que todos hablan?

No hay justicia para ellas, no habrá justicia para mí y no habrá justicia para ti. ¿Qué hacemos aquí esperando al ángel de la muerte pacientemente? Esperando desaparecer en el viento a manos de un caballero zodiacal con el mismo objetivo que una dosis de escopolamina, tratando de entender lo que significa llevar un útero por dentro, adaptando los sentidos a la condena de un sufrimiento colectivo, pensando en las bestias detrás del fuerte, y sobre todo esperando el momento en que ese ángel toque la puerta. En el mundo solo quedan fotografías torturadoras y búsquedas sin rumbo, es indispensable que el miedo corra por las venas para saturar la seguridad subjetiva, para evitar entrar al ciclo social en el que se encuentra sumergida la sociedad actual, en el cual no hay pistas, no hay rastros, no hay violadores, asesinos o acosadores con una condena justa sin influencia de burgueses poderosos, quienes controlan el sistema penitenciario a su gana como un titiritero. Es decir, es necesario huir lejos del origen de esta grave infección que se sigue esparciendo por todo el cuerpo de la troposfera alcanzando a aquellas que caminan solas sin considerar los prejuicios de esta sociedad retrograda, que obliga a todas a seguir una línea para no ser víctimas, una línea que ofende a la feminidad y la trata como una condición diferente a la de los demás. Es normal sentir envidia de aquellos que salen a la calle sin miedo, que no deben escapar de su entorno y que no temen morder la manzana envenenada por aquella bruja malvada, que alguna vez desafío al mundo por concretar su objetivo de ser etiquetada con el más despectivo adhesivo. En fin, como aquella bruja lo hizo, hay que sobrevivir.