Sobreviviendo
Por
Camila Proaño
¿Por
qué tanta bulla en la calle? Quizás por las protestas sobre personas
desconocidas que alguna vez existieron, pero que ahora viven como un tumor en
la conciencia de quienes si las conocieron en esta dimensión, y como un
recordatorio constante y violento para aquellos que nunca imaginaron que la
vida se desvanecía como agua entre los dedos. Pues bien, el laberinto de la
vida y el destino nunca descansa y despierta cada mañana al igual que el astro
que ilumina la Tierra, en la cual lo único que se logra percibir es el deja-vu
inminente de un fin atroz para el sexo débil que vive en ella o solo sobrevive.
Ese laberinto va dejando gritos sin aliento en el aire ,suspiros callados por raptores,
calles escasas de justicia gracias a la famosa legitimidad de un gobierno
pasivo, al cual le avergüenza reconocer su derrota frente al crimen organizado;
y una realidad desalentadora que envuelve a las féminas al igual que un remolino,
descrito como la fuente de las desapariciones ,ese que es causante de tragedias
y masacres atroces por el odio a un género estandarizado como sexual, ese que
muchas veces fue aliado de redes oscuras físicas y espaciales, y el mismo que
incrementa tazas de violencia diariamente. En otras palabras, en esta sociedad femicida,
las mujeres sonríen como defensa ante su vulnerabilidad concedida por un
régimen conservador, quien prohibió que llevaran consigo una falda, una actitud,
su seguridad, y su perspectiva, pero quien nunca prohibió a los hijos de Marte
abusar de Venus, esos hijos que ella mismo dio de amamantar alguna vez.

Tal vez, nadie está a salvo. Tal vez todo
se deba a aquella amarga historia declamada por un hombre difamado por sus pecados,
un hombre que decreto que una costilla común diera origen a la mujer y el mismo
que condeno la consciencia irracional de la humanidad, la cual fue programada
para crear un complejo de superioridad entre géneros. Hay demasiados anuncios
en los medios de comunicación y en los encabezados amarillistas, los cuales
describen crudamente la desaparición de otra más, otra más como Madeleine Mccann, una niña que se desvaneció en el aire a manos del cabecilla de una red
de prostitución, o Kenneka Jenkins, una adolescente que debido a su fragilidad
en una fiesta fue encontrada sin vida en un congelador. Los días pasan y cada
uno va despertando con una foto más adherida en los postes de una ciudad que
vive a costillas de las lágrimas derramadas por madres que buscan
desesperadamente consuelo, y que convive con la inconformidad de una crisis de
violencia profunda que invade cada mente, pero nadie protesta o alza la mano
para acusar al culpable. Pues bien, se considera que ocho de cada diez mujeres
han sido abusadas físicamente por un varón, estas cifras son alarmantes
especialmente en Latino-américa, donde la mentalidad machista primitiva se sigue
desarrollando y donde la mayoría de adultas son golpeadas o han sido golpeadas
por su pareja como “señal clara de amor”, esto es generado por una mala
definición de propiedad, la propiedad humana, que es una fantasía creada por
personas fascinadas por el control. Mientras las plazas de las ciudades siguen
gritando justicia hay alguien que sigue callando voces y mentes afligidas por
desapego emocional, producido por hechos traumáticos y violentos a corta edad.
¿Qué hacer cuando todas las luces de la sociedad están siendo apagadas?, ¿dónde
está la ilustre justicia de la que todos hablan?
No hay justicia para ellas, no habrá
justicia para mí y no habrá justicia para ti. ¿Qué hacemos aquí esperando al
ángel de la muerte pacientemente? Esperando desaparecer en el viento a manos de
un caballero zodiacal con el mismo objetivo que una dosis de escopolamina,
tratando de entender lo que significa llevar un útero por dentro, adaptando los
sentidos a la condena de un sufrimiento colectivo, pensando en las bestias detrás
del fuerte, y sobre todo esperando el momento en que ese ángel toque la puerta.
En el mundo solo quedan fotografías torturadoras y búsquedas sin rumbo, es
indispensable que el miedo corra por las venas para saturar la seguridad subjetiva,
para evitar entrar al ciclo social en el que se encuentra sumergida la sociedad
actual, en el cual no hay pistas, no hay rastros, no hay violadores, asesinos o
acosadores con una condena justa sin influencia de burgueses poderosos, quienes
controlan el sistema penitenciario a su gana como un titiritero. Es decir, es
necesario huir lejos del origen de esta grave infección que se sigue
esparciendo por todo el cuerpo de la troposfera alcanzando a aquellas que
caminan solas sin considerar los prejuicios de esta sociedad retrograda, que
obliga a todas a seguir una línea para no ser víctimas, una línea que ofende a
la feminidad y la trata como una condición diferente a la de los demás. Es normal
sentir envidia de aquellos que salen a la calle sin miedo, que no deben escapar
de su entorno y que no temen morder la manzana envenenada por aquella bruja
malvada, que alguna vez desafío al mundo por concretar su objetivo de ser
etiquetada con el más despectivo adhesivo. En fin, como aquella bruja lo hizo, hay
que sobrevivir.
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