Una carta de amor
Por Camila Proaño
Te busco entre
tantos hoyos en la pared, las hojas anaranjadas caen sin parar del árbol que algún
día dio sombra a tus ojos perdidos por mis palabras confusas, las mismas
palabras que te juraron perderse en ellos, aunque jamás lo lograron, y las
mismas que pintaron un paisaje artificial en alguna fosa del tiempo con un
pincel de orgullo diseñado por Eros, quien reclamo ese erotismo que se esparce
por esta piel tibia. Y sigo viendo el retroceder del reloj, siento que este me miente,
como lo hacían tus pómulos al colorearse del mismo color que tus labios; tus
labios me intoxicaron con la pasión más cruel, sin arrepentimiento alguno, sin
pensar en que me estaban matando por dentro, ¿ese fue tu objetivo?, ¿Matarme? Pero
ya mis pupilas estaban dilatas cuando llegaste y mi respirar se desvanecía
cuando me enseñaste el exterior de la burbuja en la que me obligaron vivir. Se
que trataste de vivirme, aunque oxidaste mi fe con tus caricias que quemaban mi
piel, como olvidar esa vez, que recorrimos la Vía Láctea desde una cama con
esos besos, esos interminables besos, que recorrían mis paredes cansadas de
sufrir por ellos, de sufrir por el simple hecho de permanecer desnuda y
vulnerable a tu lado izquierdo. El lado que no deja descansar a mis pensamientos
en las noches, y el que me recuerda que tus pensamientos no dependen de mi cuerpo.
Sigo aquí con la misma copa que juro brindar por mí y con el mismo recuerdo en
mi lóbulo frontal, el recuerdo de tu sonrisa, que al igual que un detective me
interroga por convertirme en un inocente ladrón lleno de culpa, por no contar
las horas sin ti, esas horas que traen consigo una rauda de historias en lo que
algunos llaman conciencia. Después de todo, sigo aquí, el reloj marca las diez,
sé que los momentos pasan, son como días enteros vacíos, como el color
de mis ojos al verte después de pensarte perdido. Y si, no creo en esos
pensamientos arcaicos inspirados en Edipo, tus dedos entrelazados con los míos
no pertenecen a ningún mito o síndrome psicológico concebido por algún
inquilino del tiempo pasado.
Pues bien, miro
hacia atrás y mi mente me dice que no estas, mis ojos vidriosos reclaman tu presencia,
pero sé que al verte me congelare, eres como la adrenalina que recorre mi
sangre cuando tus cejas se alzan al decirme con tus ojos que me amas, cuando la
comisura de tu boca se arruga al hablar, cuando tu abdomen se alinea con el mío
,cuando siento tu mano bajando por mi cintura, cuando me pregunto ¿por qué
seguir dependiendo de tu calor? Ya no te siento como antes, la primavera ya no
tiene la necesidad de alinearse con tu mirada, sé que suena como una mentira,
ya que conservo tu voz conmigo y esos engaños que alguna vez reemplazaron tu seguridad.
Me pregunto ¿Dónde estás? Necesito tus calumnias de falsa felicidad para seguir
sonriendo, necesito auto-destruirme para convivir conmigo misma. ¿Qué hiciste
conmigo? Tu toxicidad me lleno el vacío de algo que creía lleno. Ahora, parada
frente a esta pared comprendo que no podré olvidarte, aunque recordarte duela, y
al mismo tiempo siento que me libero de ese control que ejerces sobre cada una
de las cicatrices de mi querer compulsivo. Ese te amo se desvanece como un
fantasma que jamás existió y que me atormenta porque yo si lo hago, te amo. Pero
si te digo la verdad ya no sigues siendo mi debilidad. He decidido beber el
vino que bebíamos juntos, sola, porque trato de revivir tus lunares, tu risa y
tu aliento, para sentirme menos culpable de no descubrir el brillo en tus pupilas
que me juzgaban sin palabras. Aunque me siento confundida todavía al acariciar
tu cabello con mis manos, esta es tu carta de amor, esa que llegara a ti como
tu llegaste a mí, sin destino, solo con la dulce ilusión de que este exista. ¿Y
si el destino no existe? ¿Y si todo es un absurdo plan de alguien aliado con la
brújula del tiempo y el lugar? ¿Y si las hojas que caen en otoño lo hacen para
evitar que estemos juntos? ¿Pues donde estas?
Con amor,
La chica confundida...
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