miércoles, 21 de agosto de 2019

Caminando en la oscuridad del verano


Caminando en la oscuridad del verano
Por Camila Proaño

Alguna vez alguien dijo “huye de tu pasado”, pero prefiero huir del presente asechado por un cielo majestuoso que se cae poco a poco ante mis ojos. El mismo cielo que me vigila incansablemente y sin sentido alguno. Siento su hacha en mi espalda de nuevo, mientras camino entre todos y al mismo tiempo entre nadie, mis pies cansados obedecen a un simple, pero complejo testamento que obliga someterse intelectual y ciegamente a sus mandamientos, sin reclamos y sin pregunta alguna. La burguesía y su codiciada pirámide siguen apoderándose de mi falta de estribos, devorando mi fe, esperando impacientemente el momento en que mi cabeza ruede por el suelo para así adueñarse de mis pensamientos impuros que corren por mi masa cerebral como feroces lobos aullando a la  luna ,esa que me quema cada noche. La oscuridad de esos aullidos es casi palpable, pero resultan más reconfortantes que idealizar el odio que se olfatea en cada individuo de esta sociedad mundana, llena de leyes, pero sin justicia, de palabras vacías, pero sin aliento, de cadáveres, pero sin responsables, de violencia justificada y de incendios mentales. A veces pienso en desaparecer en el aire al igual que aquellas semillas de girasol que brotan por el campo y se pierden como aguja en un pajar, o simplemente pertenecer a esa estadística sin resolver que atormenta a la pasma, esa que demanda un hechizo de corrupción y testigos poco fiables para hacerse realidad. Tal vez mi hada madrina debió abandonarme en otra estación, darme ese vestido disfrazado de una falsa oportunidad para encontrar a ese príncipe azul, quien sería mi salvación a costillas de la perfección utópica y  llegaría condicionado por los herederos del tiempo y una foto gastada en algún buro.

La melancolía de recordar es tan traicionera como esa lagrima desperdiciada que se va con la brisa del estío y se esparce por los pómulos, pero no llega al corazón. Esa que sirve de imagen exterior frente a ese sol fatigado que trae desdicha y temor a su paso hacia el anochecer. Solo camino en cierta dirección arenosa y consumida, desconocida por mis pupilas, pero conocida por un futuro pintado de magenta y del más lúgubre gris de la misma manera en la que un pincel coloreo a Pompeya. No siento moverme, estoy encadenada a la conciencia de quien me trajo a este laberinto como Perséfone lo estuvo a su propio síndrome llamándolo Estocolmo; quiero estar con Hades, pero él huyo abandonando mis lívidas facciones aquí, y me volvió parte de una serie de horror que el mismo creo a su placer patológico. Las mentiras de mi homicida diseñaron cómodas verdades para mi mente en busca de una fe tónica, me deje llevar por palabras sin base, por las crudas expresiones de mi pastor, por una cruz que significaba paz eterna, pero que ahora es símbolo de mi muerte. Me busco a mí misma entre quebradas y calzadas, pero solo me reconozco en esas fotos enjauladas en la injusticia y en esos postes que ruegan que vuelva a casa ,que llevan consigo un numero de algún conocido y los desesperados alientos de mi madre.

Las pistas que rodean mi desaparición se pegan a mi silueta llevándome consigo a la profundidad de la nada o tal vez a la profundidad de lo escondido en alguna parte de esas olas que dibujan tenuemente mi pesar. El mismo que muestra mi resistencia hacia ese matiz estrellado del edén que me persigue de norte a sur ,recordándome que la luna llega con su romanticismo sarcástico.Solo esperanzada en que un buzo me encuentre como núcleo de su mar, que el viento choque mi columna como lo hace con las ramas de un árbol marchito, que el criminal que llevo dentro asfixie sin temor alguno al juzgado que lo declara culpable de sus cargos, y que el ciclo atraiga mi destino  al igual que un imán atrae al metal. Si el destino se atrae ¿porque me anclaría a mi fin? Tal vez, solo para evitar ese caballo en llamas en mi entrada que planea mi sabotaje en el más frío silencio, y porque mi piel añora extraviarse en el papel y convertirse en un escrito sofisticado de algún tintero chino con la más delicada tinta.Un escrito que describa el olor de la canela en mi te, los besos irreales en mis labios, las risas sofocantes, las fotos en blanco y negro guardadas en mi cabeza y lo gratificante que es ver esos ojos verdes que me reflejan de la misma manera que yo a ellos.

Las estaciones siguen pasando, pero sigo sintiendo el verano en mis alas que han sido arrancadas por un demonio que yo misma deje entrar a mi casa, y que nunca dejara descansar mis ojeras en esa tierra santa, donde todo el tiempo duermen, donde las flores huelen a la más pura hipocresía cada mañana; y donde mi foto estaría pegada junto a una fecha, no cualquiera, sino la fecha de mi sacrificio, un sacrificio digno de un Dios pagano. El mismo que me tiene merodeando en una sola estación sin fin con los mismos minutos, con las mismas horas insoportables que consumen mis últimos suspiros en esta dimensión sin bondad.Pues bien, desaparezco para siempre. Desaparezco en lo más obscuro de un verano envuelto en sequía. Desaparezco por la simple sed de un desierto. Desaparezco porque él lo quiso así. Desaparezco por la nostalgia de asimilar el tiempo. Desaparezco por ser un cadáver en todas las historias contadas. Desaparezco de aquí porque, he descubierto un vacío en la cuartada de mi asesino. Y sencillamente desaparezco por subir al tren sin paradas con hechiceros que roban el silencio.Ellos cubren mi paradero con una seda blanca de orgullo y cruel ansiedad como lo haría la angustia de un homicida  en el corredor de la muerte, sin culpabilidad, sin nada. Sigo aquí, aun esperando el invierno.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario