Caminando
en la oscuridad del verano
Por
Camila Proaño
La melancolía de recordar es tan
traicionera como esa lagrima desperdiciada que se va con la brisa del estío y
se esparce por los pómulos, pero no llega al corazón. Esa que sirve de
imagen exterior frente a ese sol fatigado que trae desdicha y temor a su paso
hacia el anochecer. Solo camino en cierta dirección arenosa y consumida,
desconocida por mis pupilas, pero conocida por un futuro pintado de magenta y
del más lúgubre gris de la misma manera en la que un pincel coloreo a Pompeya.
No siento moverme, estoy encadenada a la conciencia de quien me trajo a este
laberinto como Perséfone lo estuvo a su propio síndrome llamándolo Estocolmo;
quiero estar con Hades, pero él huyo abandonando mis lívidas facciones aquí, y
me volvió parte de una serie de horror que el mismo creo a su
placer patológico. Las mentiras de mi homicida diseñaron cómodas verdades para mi mente en busca de una fe tónica, me deje llevar por palabras
sin base, por las crudas expresiones de mi pastor, por una cruz que significaba
paz eterna, pero que ahora es símbolo de mi muerte. Me busco a mí misma entre
quebradas y calzadas, pero solo me reconozco en esas fotos enjauladas en la
injusticia y en esos postes que ruegan que vuelva a casa ,que llevan consigo un
numero de algún conocido y los desesperados alientos de mi madre.
Las pistas que rodean mi desaparición se pegan a mi silueta llevándome consigo a la
profundidad de la nada o tal vez a la profundidad de lo escondido en alguna
parte de esas olas que dibujan tenuemente mi pesar. El mismo que muestra mi resistencia hacia ese matiz estrellado del edén que me persigue de norte a sur ,recordándome
que la luna llega con su romanticismo sarcástico.Solo esperanzada en que un buzo me
encuentre como núcleo de su mar, que el viento choque mi columna como lo hace
con las ramas de un árbol marchito, que el criminal que llevo dentro asfixie
sin temor alguno al juzgado que lo declara culpable de sus cargos, y que el
ciclo atraiga mi destino al igual que un imán atrae al metal. Si el
destino se atrae ¿porque me anclaría a mi fin? Tal vez, solo para
evitar ese caballo en llamas en mi entrada que planea mi sabotaje en el más
frío silencio, y porque mi piel añora extraviarse en el papel y convertirse en
un escrito sofisticado de algún tintero chino con la más delicada tinta.Un escrito que describa el olor de la canela en mi te, los besos irreales en mis labios, las risas sofocantes,
las fotos en blanco y negro guardadas en mi cabeza y lo gratificante que es ver
esos ojos verdes que me reflejan de la misma manera que yo a ellos.
Las
estaciones siguen pasando, pero sigo sintiendo el verano en mis alas que han
sido arrancadas por un demonio que yo misma deje entrar a mi casa, y que nunca
dejara descansar mis ojeras en esa tierra santa, donde todo el tiempo duermen,
donde las flores huelen a la más pura hipocresía cada mañana; y donde mi foto
estaría pegada junto a una fecha, no cualquiera, sino la fecha de mi sacrificio,
un sacrificio digno de un Dios pagano. El mismo que me tiene merodeando en una
sola estación sin fin con los mismos minutos, con las mismas horas
insoportables que consumen mis últimos suspiros en esta dimensión sin bondad.Pues
bien, desaparezco para siempre. Desaparezco en lo más obscuro de un verano envuelto
en sequía. Desaparezco por la simple sed de un desierto. Desaparezco porque él
lo quiso así. Desaparezco por la nostalgia de asimilar el tiempo. Desaparezco
por ser un cadáver en todas las historias contadas. Desaparezco de aquí porque, he descubierto un vacío en la cuartada de mi asesino. Y sencillamente
desaparezco por subir al tren sin paradas con hechiceros que roban el silencio.Ellos cubren mi
paradero con una seda blanca de orgullo y cruel ansiedad como lo haría la angustia de un homicida en el corredor de la muerte, sin culpabilidad, sin nada. Sigo aquí, aun
esperando el invierno.
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