miércoles, 21 de agosto de 2019

Caminando en la oscuridad del verano


Caminando en la oscuridad del verano
Por Camila Proaño

Alguna vez alguien dijo “huye de tu pasado”, pero prefiero huir del presente asechado por un cielo majestuoso que se cae poco a poco ante mis ojos. El mismo cielo que me vigila incansablemente y sin sentido alguno. Siento su hacha en mi espalda de nuevo, mientras camino entre todos y al mismo tiempo entre nadie, mis pies cansados obedecen a un simple, pero complejo testamento que obliga someterse intelectual y ciegamente a sus mandamientos, sin reclamos y sin pregunta alguna. La burguesía y su codiciada pirámide siguen apoderándose de mi falta de estribos, devorando mi fe, esperando impacientemente el momento en que mi cabeza ruede por el suelo para así adueñarse de mis pensamientos impuros que corren por mi masa cerebral como feroces lobos aullando a la  luna ,esa que me quema cada noche. La oscuridad de esos aullidos es casi palpable, pero resultan más reconfortantes que idealizar el odio que se olfatea en cada individuo de esta sociedad mundana, llena de leyes, pero sin justicia, de palabras vacías, pero sin aliento, de cadáveres, pero sin responsables, de violencia justificada y de incendios mentales. A veces pienso en desaparecer en el aire al igual que aquellas semillas de girasol que brotan por el campo y se pierden como aguja en un pajar, o simplemente pertenecer a esa estadística sin resolver que atormenta a la pasma, esa que demanda un hechizo de corrupción y testigos poco fiables para hacerse realidad. Tal vez mi hada madrina debió abandonarme en otra estación, darme ese vestido disfrazado de una falsa oportunidad para encontrar a ese príncipe azul, quien sería mi salvación a costillas de la perfección utópica y  llegaría condicionado por los herederos del tiempo y una foto gastada en algún buro.

La melancolía de recordar es tan traicionera como esa lagrima desperdiciada que se va con la brisa del estío y se esparce por los pómulos, pero no llega al corazón. Esa que sirve de imagen exterior frente a ese sol fatigado que trae desdicha y temor a su paso hacia el anochecer. Solo camino en cierta dirección arenosa y consumida, desconocida por mis pupilas, pero conocida por un futuro pintado de magenta y del más lúgubre gris de la misma manera en la que un pincel coloreo a Pompeya. No siento moverme, estoy encadenada a la conciencia de quien me trajo a este laberinto como Perséfone lo estuvo a su propio síndrome llamándolo Estocolmo; quiero estar con Hades, pero él huyo abandonando mis lívidas facciones aquí, y me volvió parte de una serie de horror que el mismo creo a su placer patológico. Las mentiras de mi homicida diseñaron cómodas verdades para mi mente en busca de una fe tónica, me deje llevar por palabras sin base, por las crudas expresiones de mi pastor, por una cruz que significaba paz eterna, pero que ahora es símbolo de mi muerte. Me busco a mí misma entre quebradas y calzadas, pero solo me reconozco en esas fotos enjauladas en la injusticia y en esos postes que ruegan que vuelva a casa ,que llevan consigo un numero de algún conocido y los desesperados alientos de mi madre.

Las pistas que rodean mi desaparición se pegan a mi silueta llevándome consigo a la profundidad de la nada o tal vez a la profundidad de lo escondido en alguna parte de esas olas que dibujan tenuemente mi pesar. El mismo que muestra mi resistencia hacia ese matiz estrellado del edén que me persigue de norte a sur ,recordándome que la luna llega con su romanticismo sarcástico.Solo esperanzada en que un buzo me encuentre como núcleo de su mar, que el viento choque mi columna como lo hace con las ramas de un árbol marchito, que el criminal que llevo dentro asfixie sin temor alguno al juzgado que lo declara culpable de sus cargos, y que el ciclo atraiga mi destino  al igual que un imán atrae al metal. Si el destino se atrae ¿porque me anclaría a mi fin? Tal vez, solo para evitar ese caballo en llamas en mi entrada que planea mi sabotaje en el más frío silencio, y porque mi piel añora extraviarse en el papel y convertirse en un escrito sofisticado de algún tintero chino con la más delicada tinta.Un escrito que describa el olor de la canela en mi te, los besos irreales en mis labios, las risas sofocantes, las fotos en blanco y negro guardadas en mi cabeza y lo gratificante que es ver esos ojos verdes que me reflejan de la misma manera que yo a ellos.

Las estaciones siguen pasando, pero sigo sintiendo el verano en mis alas que han sido arrancadas por un demonio que yo misma deje entrar a mi casa, y que nunca dejara descansar mis ojeras en esa tierra santa, donde todo el tiempo duermen, donde las flores huelen a la más pura hipocresía cada mañana; y donde mi foto estaría pegada junto a una fecha, no cualquiera, sino la fecha de mi sacrificio, un sacrificio digno de un Dios pagano. El mismo que me tiene merodeando en una sola estación sin fin con los mismos minutos, con las mismas horas insoportables que consumen mis últimos suspiros en esta dimensión sin bondad.Pues bien, desaparezco para siempre. Desaparezco en lo más obscuro de un verano envuelto en sequía. Desaparezco por la simple sed de un desierto. Desaparezco porque él lo quiso así. Desaparezco por la nostalgia de asimilar el tiempo. Desaparezco por ser un cadáver en todas las historias contadas. Desaparezco de aquí porque, he descubierto un vacío en la cuartada de mi asesino. Y sencillamente desaparezco por subir al tren sin paradas con hechiceros que roban el silencio.Ellos cubren mi paradero con una seda blanca de orgullo y cruel ansiedad como lo haría la angustia de un homicida  en el corredor de la muerte, sin culpabilidad, sin nada. Sigo aquí, aun esperando el invierno.



miércoles, 17 de julio de 2019

Una carta de amor


Una carta de amor
Por Camila Proaño

Te busco entre tantos hoyos en la pared, las hojas anaranjadas caen sin parar del árbol que algún día dio sombra a tus ojos perdidos por mis palabras confusas, las mismas palabras que te juraron perderse en ellos, aunque jamás lo lograron, y las mismas que pintaron un paisaje artificial en alguna fosa del tiempo con un pincel de orgullo diseñado por Eros, quien reclamo ese erotismo que se esparce por esta piel tibia. Y sigo viendo el retroceder del reloj, siento que este me miente, como lo hacían tus pómulos al colorearse del mismo color que tus labios; tus labios me intoxicaron con la pasión más cruel, sin arrepentimiento alguno, sin pensar en que me estaban matando por dentro, ¿ese fue tu objetivo?, ¿Matarme? Pero ya mis pupilas estaban dilatas cuando llegaste y mi respirar se desvanecía cuando me enseñaste el exterior de la burbuja en la que me obligaron vivir. Se que trataste de vivirme, aunque oxidaste mi fe con tus caricias que quemaban mi piel, como olvidar esa vez, que recorrimos la Vía Láctea desde una cama con esos besos, esos interminables besos, que recorrían mis paredes cansadas de sufrir por ellos, de sufrir por el simple hecho de permanecer desnuda y vulnerable a tu lado izquierdo. El lado que no deja descansar a mis pensamientos en las noches, y el que me recuerda que tus pensamientos no dependen de mi cuerpo. Sigo aquí con la misma copa que juro brindar por mí y con el mismo recuerdo en mi lóbulo frontal, el recuerdo de tu sonrisa, que al igual que un detective me interroga por convertirme en un inocente ladrón lleno de culpa, por no contar las horas sin ti, esas horas que traen consigo una rauda de historias en lo que algunos llaman conciencia. Después de todo, sigo aquí, el reloj marca las diez, sé que los momentos pasan, son como días enteros vacíos, como el color de mis ojos al verte después de pensarte perdido. Y si, no creo en esos pensamientos arcaicos inspirados en Edipo, tus dedos entrelazados con los míos no pertenecen a ningún mito o síndrome psicológico concebido por algún inquilino del tiempo pasado.

Pues bien, miro hacia atrás y mi mente me dice que no estas, mis ojos vidriosos reclaman tu presencia, pero sé que al verte me congelare, eres como la adrenalina que recorre mi sangre cuando tus cejas se alzan al decirme con tus ojos que me amas, cuando la comisura de tu boca se arruga al hablar, cuando tu abdomen se alinea con el mío ,cuando siento tu mano bajando por mi cintura, cuando me pregunto ¿por qué seguir dependiendo de tu calor? Ya no te siento como antes, la primavera ya no tiene la necesidad de alinearse con tu mirada, sé que suena como una mentira, ya que conservo tu voz conmigo y esos engaños que alguna vez reemplazaron tu seguridad. Me pregunto ¿Dónde estás? Necesito tus calumnias de falsa felicidad para seguir sonriendo, necesito auto-destruirme para convivir conmigo misma. ¿Qué hiciste conmigo? Tu toxicidad me lleno el vacío de algo que creía lleno. Ahora, parada frente a esta pared comprendo que no podré olvidarte, aunque recordarte duela, y al mismo tiempo siento que me libero de ese control que ejerces sobre cada una de las cicatrices de mi querer compulsivo. Ese te amo se desvanece como un fantasma que jamás existió y que me atormenta porque yo si lo hago, te amo. Pero si te digo la verdad ya no sigues siendo mi debilidad. He decidido beber el vino que bebíamos juntos, sola, porque trato de revivir tus lunares, tu risa y tu aliento, para sentirme menos culpable de no descubrir el brillo en tus pupilas que me juzgaban sin palabras. Aunque me siento confundida todavía al acariciar tu cabello con mis manos, esta es tu carta de amor, esa que llegara a ti como tu llegaste a mí, sin destino, solo con la dulce ilusión de que este exista. ¿Y si el destino no existe? ¿Y si todo es un absurdo plan de alguien aliado con la brújula del tiempo y el lugar? ¿Y si las hojas que caen en otoño lo hacen para evitar que estemos juntos? ¿Pues donde estas?

Con amor,
La chica confundida...


viernes, 5 de julio de 2019

Sobreviviendo


Sobreviviendo

Por Camila Proaño

 ¿Por qué tanta bulla en la calle? Quizás por las protestas sobre personas desconocidas que alguna vez existieron, pero que ahora viven como un tumor en la conciencia de quienes si las conocieron en esta dimensión, y como un recordatorio constante y violento para aquellos que nunca imaginaron que la vida se desvanecía como agua entre los dedos. Pues bien, el laberinto de la vida y el destino nunca descansa y despierta cada mañana al igual que el astro que ilumina la Tierra, en la cual lo único que se logra percibir es el deja-vu inminente de un fin atroz para el sexo débil que vive en ella o solo sobrevive. Ese laberinto va dejando gritos sin aliento en el aire ,suspiros callados por raptores, calles escasas de justicia gracias a la famosa legitimidad de un gobierno pasivo, al cual le avergüenza reconocer su derrota frente al crimen organizado; y una realidad desalentadora que envuelve a las féminas al igual que un remolino, descrito como la fuente de las desapariciones ,ese que es causante de tragedias y masacres atroces por el odio a un género estandarizado como sexual, ese que muchas veces fue aliado de redes oscuras físicas y espaciales, y el mismo que incrementa tazas de violencia diariamente. En otras palabras, en esta sociedad femicida, las mujeres sonríen como defensa ante su vulnerabilidad concedida por un régimen conservador, quien prohibió que llevaran consigo una falda, una actitud, su seguridad, y su perspectiva, pero quien nunca prohibió a los hijos de Marte abusar de Venus, esos hijos que ella mismo dio de amamantar alguna vez.

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Tal vez, nadie está a salvo. Tal vez todo se deba a aquella amarga historia declamada por un hombre difamado por sus pecados, un hombre que decreto que una costilla común diera origen a la mujer y el mismo que condeno la consciencia irracional de la humanidad, la cual fue programada para crear un complejo de superioridad entre géneros. Hay demasiados anuncios en los medios de comunicación y en los encabezados amarillistas, los cuales describen crudamente la desaparición de otra más, otra más como Madeleine Mccann, una niña que se desvaneció en el aire a manos del cabecilla de una red de prostitución, o Kenneka Jenkins, una adolescente que debido a su fragilidad en una fiesta fue encontrada sin vida en un congelador. Los días pasan y cada uno va despertando con una foto más adherida en los postes de una ciudad que vive a costillas de las lágrimas derramadas por madres que buscan desesperadamente consuelo, y que convive con la inconformidad de una crisis de violencia profunda que invade cada mente, pero nadie protesta o alza la mano para acusar al culpable. Pues bien, se considera que ocho de cada diez mujeres han sido abusadas físicamente por un varón, estas cifras son alarmantes especialmente en Latino-américa, donde la mentalidad machista primitiva se sigue desarrollando y donde la mayoría de adultas son golpeadas o han sido golpeadas por su pareja como “señal clara de amor”, esto es generado por una mala definición de propiedad, la propiedad humana, que es una fantasía creada por personas fascinadas por el control. Mientras las plazas de las ciudades siguen gritando justicia hay alguien que sigue callando voces y mentes afligidas por desapego emocional, producido por hechos traumáticos y violentos a corta edad. ¿Qué hacer cuando todas las luces de la sociedad están siendo apagadas?, ¿dónde está la ilustre justicia de la que todos hablan?

No hay justicia para ellas, no habrá justicia para mí y no habrá justicia para ti. ¿Qué hacemos aquí esperando al ángel de la muerte pacientemente? Esperando desaparecer en el viento a manos de un caballero zodiacal con el mismo objetivo que una dosis de escopolamina, tratando de entender lo que significa llevar un útero por dentro, adaptando los sentidos a la condena de un sufrimiento colectivo, pensando en las bestias detrás del fuerte, y sobre todo esperando el momento en que ese ángel toque la puerta. En el mundo solo quedan fotografías torturadoras y búsquedas sin rumbo, es indispensable que el miedo corra por las venas para saturar la seguridad subjetiva, para evitar entrar al ciclo social en el que se encuentra sumergida la sociedad actual, en el cual no hay pistas, no hay rastros, no hay violadores, asesinos o acosadores con una condena justa sin influencia de burgueses poderosos, quienes controlan el sistema penitenciario a su gana como un titiritero. Es decir, es necesario huir lejos del origen de esta grave infección que se sigue esparciendo por todo el cuerpo de la troposfera alcanzando a aquellas que caminan solas sin considerar los prejuicios de esta sociedad retrograda, que obliga a todas a seguir una línea para no ser víctimas, una línea que ofende a la feminidad y la trata como una condición diferente a la de los demás. Es normal sentir envidia de aquellos que salen a la calle sin miedo, que no deben escapar de su entorno y que no temen morder la manzana envenenada por aquella bruja malvada, que alguna vez desafío al mundo por concretar su objetivo de ser etiquetada con el más despectivo adhesivo. En fin, como aquella bruja lo hizo, hay que sobrevivir.

sábado, 18 de mayo de 2019

Síndrome de una adicción



Síndrome de una adicción

  Por Camila Proaño


Despertó entre sábanas blancas como los huesos de sus costillas impregnadas a su cuerpo húmedo y tan frías como la lluvia que se avecinaba ante sus dilatados ojos marrones, que se expandían debido a la sustancia narcótica consumida, la cual aspiró e inyectó profundamente en su piel inundada de los recuerdos de la noche pasada que se sentía tan pesada como un kilo de plomo puro y a la vez liviana al igual que una pluma abandonada despectivamente por un emú. Aquella velada vivida descubrió en un pecho ajeno una droga hipnotizante que hacía que su vista se nublara totalmente, que su aliento se congelara, y que desataba cosquillas en sus muslos al pasar unos comunes y carnosos labios, con poco que decir, sobre ellos, unos labios carmín que alguna vez probaron el fruto prohibido a manos de una serpiente traicionera en un lugar difamado por ser el paraíso. Pero aquel rose de sus bocas en su mente era el más allá, sin lugar a dudas, aunque tal vez pudo ser su médula oblonga que trataba de controlar con exactitud su respiración agitada o sus hormonas en el encéfalo que producían excitación en el hígado al igual que lo hace una copa de Chardonnay a la madrugada después de un día sin satisfacción. Sintió a su alma conectarse con un puente a su musculo cardíaco cuando por fin experimentó la clavícula de su amante estrujando sus pechos, que temblaron con ansias de poseerlo sin ninguna restricción horaria o condición, solo tenerlo sobre su cuerpo en las noches vecinas, en las cuales la gravedad se desvanecía como la manzana de Newton lo hizo en el aire. Una gravedad que era imposible cuando sus piernas desnudas se enlazaban una sobre otra, y a través de las cuales sentían la transpiración tibia del otro, una transpiración tan pura como el agua turquesa de un manantial, una transpiración que se generaba solo con su simple e insignificante presencia. Pues bien, él lo cambiaba todo, mejor dicho, no él, sino la droga que se encontraba en su espalda gruesa y fornida formada por varios huesos que asomaban al moverse sobre ella, esos huesos que algún día serian objeto de algún delirio físico dispuesto por un corto circuito interno y que produciría un enfrentamiento entre su conciencia y su adicción. ¿Quién ganaría?, ¿aquel que despojo el cuerpo de la razón y la cambio por un veneno dulce que llena el cuerpo de un placer infinito? o ¿aquel que cuestiona el poder del tacto y lo hace ver despreciable o como un exterminador de neuronas?

Después de todo quería que aquella noche, con luz de luna creciente, durara por toda una vida o al menos por el resto de la suya, deseaba seguir sintiendo el labio inferior de su amante por su abdomen hasta su cuello y la succión que estos hacían provocando coloraciones violáceas en la tez, pero nada es eterno y nada absolutamente nada es verdadero. Siempre se guió por las demandas de una familia estrictamente conservadora, pero ahora la armonía de sus caderas juntas en simetría producía dentro de su abdomen una sensación de bienestar perenne y este no dependía de ningún ser supremo, sino de una iglesia nueva y reconfortante en su interior, que no moriría como la de Nietzsche por ansiedad o locura. Ahora sentía que era la naranja completa, y que el síndrome que se le impregnaba a la piel era una enfermedad concedida por un ángel bañado en oro, un ángel que le sirvió los pecados capitales en una charola en forma del más dulce chocolate suizo que pueda existir, ocasionándole diabetes y obsesión aguda hacia ellos. ¿Como algo tan satisfactorio y natural puede ser objeto de desdicha en la sociedad? Tal vez el narcótico lo hacía ver todo más claro, ese narcótico que es conocido por penetrar en las miradas de dos personas no destinadas, ese que es conocido por el desenfreno que produce en dos mentes y dos almas. Luego de haber probado esta droga era imposible volver a la cordura y al espacio común del tiempo que recorre los relojes día y noche.

Entre las sábanas que despertó había una fragancia de masculinidad que resaltaba como el olor del jazmín en una plantación de amapolas; había también a su alrededor muchas rosas con espinos afilados, al igual que un pedazo de vidrio, de los cuales una sustancia roja se derramaba, en ella se podían ver fotos provenientes de su circuito neuronal. Pero en ninguna lograba ver el rostro de su amante, así que busco entre las cobijas para sorprender las facciones de su amado dormidas; sin embargo, nadie se encontraba junta a ella. Súbitamente, vio a su alrededor como seguía fluyendo ese líquido grana sin fin, haciéndose cada vez más denso y oscuro, a manera de un río en el cual se derramo oro negro, y como un cadáver lívido al cual se le había sacado el corazón la observaba desde los pies de la cama; reconoció al fin el rostro de su síndrome, un rostro sin vida. Entonces, asimiló la presencia de un cuchillo en su mano y la inexistencia de rosas, estas fueron reemplazadas por la imagen de un corazón partido en doce pedazos, pero que seguía palpitando al igual que su sentimiento por su víctima. De pronto, despertó desde su interior ,y lo supo todo, era una pesadilla placentera dictada por su mente compulsiva y bipolar, que deseaba sentir otra vez el impregnar de un cuchillo en una piel inocente. Continuó analizando su pesadilla, después de tomar sus medicamentos de los cuales la mayoría eran calmantes y drogas, que jamás se sentirían como aquella que probo esa noche junto a ese hombre pálido, pero le provocaban un nivel de estimulación sana para su mente trastornada. Tantos pensamientos acerca de la causa por la cual se encontraba retenida en una celda de algún manicomio miserable, en el que se oían gemidos de horror rogando ayuda y choques eléctricos que producían un olor a cerebro calcinado, la llevaron a su conclusión final, es decir, ese recuerdo repetitivo en sus sueños y que reinaba su vida era su “felices para siempre”, que aparece en el desenlace de cada cuento de Disney. Ese final añorado en el que todo es alegría, en el tal vez las princesas nunca fueron dichosas, solo deseaban calmar sus suspiros al sustraer el núcleo vital de un príncipe de su cuerpo, quizás las princesas no eran perfectas, y escondían su verdadero delirio bajo esas telas largas con forma de elegantes vestidos de colores poco realistas. ¿Acaso las princesas eran mentirosas patológicas?, ¿y los finales placenteros son manipuladores psicópatas con un encanto superficial y extravagancia excesiva?


miércoles, 1 de mayo de 2019

La máscara





La máscara

Por Camila Proaño



Un día, como cualquier otro, ella se despierta en un país lleno de nostalgia y hambruna tensionado por la corrupción, el capitalismo primitivo que come el estado se huele en cada esquina como el café. Este desparrama su dulce olor a sus ciegos seguidores, y es bebido en una taza frágil conocida por estar sumergida en una crisis profunda, no política, no migratoria, como aseguran los portales de noticias, sino en una de sentimientos. En esta depresión, ella, adoradora de lo perdido, respira apatía, desayuna papel verde con caras impresas y se coloca su labial rojo como la hipocresía que vive dentro de una grana. Pues bien, al aparecer el alba cada día recubre sus facciones y debilidades con un pedazo de concreto hecho a la medida, algo así, como una máscara. Esta le recuerda las rosas con espinas que lastimaban sus manos cuando sentía ,la sangre que corría por sus ojos cuando lloraba, como la presión arterial bajaba, y como los latidos disminuían o se aceleraban produciendo taquicardia;¿dónde están todas estas aflicciones que son parte de estar vivo?, ¿acaso están con aquellos que luchan como caballeros o con los simples bufones que se contentan con las carcajadas de un tirano?, ¿dónde están los sentidos primitivos que logran que el sentir sea un hecho? Tal vez ya no existen o tal vez fueron asesinados por un cazador en un bosque lleno de críticas y heridas profundas que jamás lograron sanar completamente y que aún persisten como un tumor en la amígdala.

Un tumor deformado en el reflejo de un espejo social, producto de su banca rota de emociones, en un mundo donde nadie se toca, donde quien declara su amor no es un poeta, sino un estúpido arriesgado, y que en las relaciones el poder lo tiene quien no cierra los ojos al momento de un beso, es decir, quien mancha el reflejo del otro en el cristal al igual que un frívolo sicario ensucia de sangre sus manos y su conciencia. Pues bien, cada día pasa sin percibir o ver en aquel espejo esperando encajar en el papel de una obra organizada por una sociedad prejuiciosa, gobernada por cuatro feroces caballos descritos como apocalipsis, los cuales conforman su alma llena de un dolor semejante a recibir un clavo en la piel. En sus adentros busca una salida que garantice el sentir, pero los caballos que corren desaforados en sus laberintos mentales no se detienen y aquel cemento en su cara se impregna como la colonia de un viejo conocido en sus lóbulos temporales. ¿Cómo recordar algo tan puro viviendo en el corazón de la hipocresía y orgullo ?, ¿cómo unos animales salvajes diluyen sus sentidos a través de un trozo de concreto cocido con agujas a la tez? , quizás de la misma manera en la que las personas prefieren ir a un cirujano plástico con sus complejos que adentrarse en su musculo cardíaco conectado a arterias ,que rumorean el pasar de la sangre coagulada y los recuerdos que alguna vez formaron parte de una vida sentimental sin emociones.


Esa vida en la que los jinetes burócratas venden a personas como si se trataran de platillos de comida rápida rancia, los cuales se crean a conveniencia; se pide a alguien alto, con pelo castaño, con ojos cafés, con piel rosada, etc. Bien, se pide a alguien perfecto socio-económicamente o artificialmente, alguien fabricado personalmente al igual que un muñeco Vudú repleto de algodón siliconado y magia negra, el cual es el centro gravitacional de una depresión colectiva. La crisis es profunda como cáncer a la médula de la sociedad, sin cura, sin anestesia, avanza y refleja la inexistencia del sentido de tacto en la piel de otra persona y la falta de calor en un cuerpo frío hasta las puntas de los pies.Ese que guarda sus emociones en su estómago tan dañado por la acumulación de recuerdos sin revivir, de risas sin doler, perfumes sin volver a oler, ira sin resolver, despedidas sin llorar y vacíos sin llenar. El circulo común obliga a pertenecer a un ciclo sin fin, un ciclo que renta el cuerpo y los órganos para llenarlos de sentimientos desbocados sin desatar y que algún día explotaran no solo en la mente, sino también en sus ojos y labios descosiendo la farisea mascara que protege a su interior del exterior para evitar dolor, heridas , para no simpatizar con alguien y no sentir el cosquilleo en las piernas, el enrojecimiento en los pómulos, y  el lío de unos labios sobre otros. Nunca se sintió tan duro un adiós jamás sufrido con destino separado por mares de distancia de sus cercanos. Mejor dicho, nunca se sintió, ya que las emociones fueron encarceladas en botellas de cristal dentro de un cuerpo automático que no sabe acatar una orden critica del núcleo del corazón.


Hay tantas preguntas en la cabeza ¿Por qué sería necesario sentir en un mundo mandado por una sociedad sin tacto?, ¿por qué seguir usando una máscara en vez de gestos que desaten emociones verdaderas y puras?, ¿por qué es más complicado acariciar a otro que lastimarlo? Se debe a que la sociedad ha implantado voces en la cabeza para construir robots con temor a un “No” en una declaración romántica, preferir un cuchillo antes que una rosa y memorizar discursos de un tirano, y así, no parecer débil como un vaso de la más fina luna, sino ser una armadura de metal móvil. La única solución, para ella ,a estas preguntas fue arrancarse la careta de tal manera que al producir dolor llorara lágrimas tan pesadas como la conciencia en una mente arrepentida, y desasiera nudos en la garganta guardados por largos años sin vivir. Al romper aquella máscara ,fragmentada por su uso diario, en mil pedazos como la cerámica al caerse, sintió la mejilla y ojos humedecerse, así es, por fin logro ver sus lágrimas y su pena en el espejo que jamás la había reflejado. Además, percibió en su interior la liberación de su cárcel abstracta, en la cual estaba condenada perpetuamente por un delito crónico en la sociedad, el sentir natural y espontáneo que genera a la humanidad.                                               
 Así, asimiló finalmente que la máscara no le encajaría nunca más.






lunes, 15 de abril de 2019

La viuda soy yo


La viuda soy yo’’
Por Camila Proaño
“En la sociedad no todo se sabe,pero todo se dice.”-Jacques Anatole


a mañana del primero de enero de cada año se despierta ojerosa y lívida pensando en lo dejado atrás y en el comienzo de algo nuevo en el espacio del tiempo. Ella solloza como aquel techo mojado durante las lluvias del invierno, su mente tiene amnesia sobre lo ocurrido. Pues bien, aquel individuo que festejando el fin de una era infortunada llenó su vacío con una droga que lo llevó a perder su auto control y lo estimuló de tal manera que lo hizo feliz y lo sació, ahora se encuentra tendido en el piso sin capacidad de ser el mismo. Así fue como el inicio de un año más intoxicó a su amante haciéndolo creer que por 24 horas se podía “comer el mundo’’, podía ser libre sin restricción de alguna autoridad, esta libertad mal definida lo llevó a disfrutar el fin’’ como lo llaman. Él gastó su dinero en una peluca y en una actitud, salió por las calles a bailar, además llevó consigo un monigote con una careta pintada con la cara de un conocido. La diversión terminaría con la quema de aquel muñeco de aserrín, pero empezaría con embrutecerse de alcohol, lo que ahora definen como diversión’’.


Aquellas luces despampanantes y tan coloridas le servían como una droga haciendo que no razonara más. Lo que este individuo no sabía era que el año lo cobraría como víctima, no la primera, ni la última, solo una más, y todo gracias a la incitación de la sociedad porque injiriera licor para despedir bien el año’’. Esta insensatez lleva a que esta fecha de felicidad se convierta en una de muerte, cuando los hospitales atienden más emergencias que en el resto del año, son las últimas 24 horas más cruciales del año, donde cualquier intoxicado maneja su auto, chocando y atropellando personas que solo festejan. Es el gran problema de la cultura del país en las celebraciones y también del individuo de esta narración. Él descargó sus penas, incertidumbres, etc, y las cambió por algo más dulce y adictivo, ¿quién lo culparía?, en su lugar cualquiera haría lo mismo sin pensar las consecuencias. En fin, la mañana del primer día de enero acechaba al cadáver de aquel que no fue abrasado a media noche, y que en lugar de espíritu tenía ratones en el estómago y promesas imposibles de cumplir. Así fue como enero lloraba con la lluvia y se decía en sus adentros:     
La viuda soy yo’’.